Se hace tarde
(aunque en realidad, cuándo es tarde, para qué es tarde) cerramos las ventanas,
y echarle la culpa al miedo es pestañar y que en frente estén las cosas que
llevan al llanto. También es que la pena valga en el bolsillo (se reproduce –se
falsifica, también- para entrar en la rueda del consumo) y que sea una pena tan
grande que la entrada al misterio quede reducida a la falta de luz, porque el
foquito. Y ahí quedé. Pero si nos quedamos, cuántos silbidos respirarán cerca.
Si dejáramos de pensar lo oscuro
vas por el aire
tratando de caer a la calle, a las calles todas, pero terminás cayendo en la
espera, que no es más que ansiedad, y que sube o baja según cómo siente la
poesía y cómo vos recibís de ella las ráfagas del fuego, esencia de las ganas.
Las vueltas
que das en el aire son vueltas que te retienen
sí
las vueltas te
retienen, melancolía en los cruces largos como noches repetidas en las que
aspiramos a ser algo más que impulso.
Las vueltas
son maneras de no decidir; de ir y venir del presente, será. Por si acaso en
esos momentos más vale no aferrarse ni a un espejo ni a una foto ni a una
puerta, porque hasta uno mismo viene a ser su propio extraño.
Hay ciertos
episodiossombras que juegan más que en contra, por eso nos vamos a dormir mucho
más tarde. Pero qué es tarde, qué. Tenía en el otro bolsillo, esa vez que
dejamos correr la lluvia a un costado mientras mirábamos los cigarrillos
consumirse, una foto, esa foto que nunca se pierde; está y recontraestá a pesar
de todo, a pesar de que la quisimos perder rápido, como si deshacer una foto
implicase anular los sentidos. El ir y venir entre el presente y los latidos, y
esos gestos pronunciando lo relativo de los avances, porque, cómo se da un paso
si el aire se aleja. Que significa ni más ni menos que nos quedemos atrás.
Lejos, lejos.