Buscás tu boleto como
preparás café, tan prolijamente. Buscás en el relato lo que sea real, una
marca, una pieza. Buscás el presente, o por lo menos, la imagen que tenés del
presente, tus desventuras, los amores fugados, el tren que llegará como llega
el café. Sí. Y que tomarás urgente, aunque no llegue.
Después de la mañana,
después de todo, forzarás tu suerte; el espejo no revela nada (habrás visto) y
entonces, qué. El relato será tu boleto por esta vez, aunque hayan escondido
los horarios y los nombres y los trenes y los boletos y el café, aunque no haya
plazas donde mirar ni ventanas abiertas. Palabras por ahora, sólo palabras. Y
después, qué. Serás un acercar de pupilas en proceso, en el humo, en la calle
de sombras mezquinas. El paso de tus sombras sobre el espejo, y entonces,
correr. La pared, el muro. El humo en el muro. El sonido de tus pasos llenos de
arena. Tus pasos en los pasos de la sombra. El espejo. Y en el cruce del
misterio, tu soledad, la fuga como piedra primera de la ausencia, para que los
días sean más largos, o sean.
¿Y si lo real fuera un laberinto en el olvido?