En tu piel hay una
escritura que nace, y será que las razones no existen y que los ojos buscan
donde no hay nada porque no hay nada. Todos los ruidos que salen, todas las
calles mal cerradas, una voz larga debatiendo en el viento cómo se despega la
nostalgia de la pena. Si la nueva noche no contempla evitar la fuga de las
contracciones, qué habrá después de que la puerta y las ventanas se cierren.
Tal vez el olvido
termine en desencuentro; cosa posible si das media vuelta y encarás hacia
adentro. El encierro es así, combustible, ruina de las ideas de la sed de las
ilusiones, y así, detrás del vidrio las cosas se van a poner difíciles;
guardarse, esperar que las cosas pasen, que evadirse sea la comida del día, el
plato fuerte de irrealidad.
Porque no tiene que
pasar, pasa.
Escribir es un poco
eso, el sexo implícito entre la acción y el sujeto; un cachetazo acostumbrado a
realzar la pena en la cara en la boca en los dientes del sujeto. Todo lo que
existe en el mundo se escurre, y me pregunto, dónde estábamos cuando el origen
se tragó la historia. Al asecho, tal vez, llevando el monte hacia la cruz. Una
basura. Una desproporción de los efectos de la metáfora.
Escupir
hacia arriba sería una buena idea si justo ahí apareciera la cara de diablo de
dios.
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